Hasta hace poco, no entendía el enorme hype alrededor de Silksong. No comprendía cómo un juego podía generar tanta expectación... hasta que me sumergí en la aventura de un diminuto héroe armado con un aguijón y una destreza sorprendente.

Lanzado en 2018, Hollow Knight pasó desapercibido para mí durante años. Sin embargo, hace menos de un mes decidí darle una oportunidad, y desde entonces, no he podido soltarlo. El juego brilla en todos sus aspectos: su jugabilidad es exquisita, el combate es desafiante y satisfactorio, y su banda sonora es de esas que vuelves a escuchar en YouTube solo para relajarte o revivir grandes momentos. Pero lo que realmente lo hace especial es su mundo, su lore y la abrumadora cantidad de contenido que un pequeñísimo equipo de desarrolladores (creo que cinco personas) logró crear con una pasión desbordante.

Como buen metroidvania con mecánicas soulslike, Hollow Knight atrapa al jugador desde el primer minuto con ese irresistible afán de exploración y descubrimiento. 

Aún no lo he terminado, pero cuento los minutos para volver a jugar y alcanzar ese ansiado 112%. Ahora lo entiendo todo: Hollow Knight es una obra maestra, y Silksong seguramente también lo será.